Jugar, un riesgo que merece la pena

El juego es una conducta que los seres humanos hemos llevado al extremo: la practicamos durante toda nuestra vida, desde pequeños juegos que realizamos cuando apenas somos unos bebes a jugar a un videojuego en nuestra smartv, pasando por practicar deportes de equipo o resolver crucigramas. Pero…¿tiene alguna utilidad o es simplemente una conducta meramente recreativa?

Definiendo el juego

¿Puedes imaginarte a dos animales jugando? Seguramente sí, y es que reconocer cuando juegan otras especies relativamente cercanas no es muy difícil. Pero definir este tipo de comportamientos no es tan fácil: en general, el juego es una conducta voluntaria que no parece tener una función aparente y que se realiza en contextos relajados y seguros, siendo una conducta placentera que los animales parecen disfrutar.

Esto es clave ya que hablamos de una conducta que aparentemente no tiene una función a corto plazo, si bien es vital para el aprendizaje, por lo que el mero disfrute es la motivación del juego, que nos ayudará

Curiosamente, las conductas de juego se suelen parecer a otro tipo de comportamientos del animal, pero suelen ser más exagerados y repetitivos, o incluso ocurrir en fases previas de la vida a en las que normalmente se realizaría ese comportamiento, como si se trataran de un ensayo sobreactuado o el monólogo clásico de payasos.

¿Cómo juegan otras especies?

Una buena forma de hacernos a la idea de como juegan otras especies es clasificar las conductas de juego en diferentes categorías. Tradicionalmente se considera que existen juegos sociales, juegos locomotores y juego con objetos.

Los juegos locomotores son una buena forma que tenemos los animales de «poner a prueba» nuestro propio cuerpo y las leyes físicas que rigen nuestro movimiento por el mundo. Muchos animales corren y saltan sin un objetivo aparente más que divertirse. Un ejemplo es el de muchas especies de primates que realizan acrobacias y saltos de altura.

Otro tipo de conducta de juego es aquella realizada con objetos inanimados a través de su manipulación, lo que además de propiciar una buena capacidad psicomotora nos permite explorar elementos desconocidos sin riesgos. Un ejemplo claro de esto es como los macacos japoneses juegan con la nieve.

Por último, el juego social es uno de los más variados: desde juegos de pelea a pseudosexuales, pasando por los juegos entre madres y crías. Incluso algunas fascinantes conductas como la que os comentaba en «Confiar en otros monos puede ser arriesgado» pueden ser consideradas un juego.

¿Para qué sirve el juego?

A lo largo del artículo he hecho varias referencias al concepto de «ensayo» o «parodia» de conductas reales, y es que una de las funciones más importantes del juego es adquirir las habilidades y conocimientos que necesitamos para la vida adulta. La infancia y la juventud son etapas donde la exploración es vital para aprender a controlar nuestro entorno, y el juego es una de las formas que tenemos de explorar el mundo.

También es importante señalar que el juego nos permite «entrenar» nuestras habilidades cognitivas para prepararnos para resolver problemas con los que nos encontraremos en la vida adulta. Pero el juego también nos permite practicar nuestras habilidades motoras y capacidades físicas, por ejemplo con esas conductas acrobáticas que mencionabamos antes nos ayudan a desarrollarnos físicamente y fortalecernos.

Algunas conductas complejas, como el uso de herramientas en monos capuchinos, parecen tener su origen en conductas motoras de juego en la que los juveniles juegan a estrellar objetos y alimentos con sus propias manos contra el suelo, y que los animales van mejorando y perfilando a través de conductas lúdicas.

Por supuesto, el juego social cobra especial importancia a la hora de adquirir las habilidades sociales necesarias para relacionarse con los individuos de tu grupo, e incluso juega un papel importante en las conductas culturales más complejas y en entender el funcionamiento de las sociedades jerarquizadas.

JUGAR…¿LIBRE DE RIESGOS?

Aunque el juego sea una especie de ensayo y exima hasta cierto punto de los costes de ciertas conductas, el juego sí supone un coste biológico, ya que supone un gasto de energía enorme que no parece traducirse en un aumento directo de la supervivencia: es más, muchas conductas lúdicas son ruidosas y hacen bajar la guardia, lo que puede aumentar el riesgo de predación.

Pero como hemos visto, las conductas lúdicas tienen múltiples ventajas que sobrepasan sus costes. Aún así, gran parte de los animales con un amplio repertorio de conductas de juego tienen relaciones estrechas materno-filiales, donde la protección de los animales adultos juega un papel importante en evitar estos riesgos.

Cuando dos animales juegan a pelearse es raro que ocurran accidentes, mientras que en una pelea real entre adultos el desenlace puede ser fatal. Los animales parecen entender el contexto de los juegos sociales y aunque pueden escalar en conflictos, normalmente los participantes entienden lo que significa jugar y se contienen.

En ello juegan vital importancia la exageración de movimientos, y diferentes señales que los animales usan para indicar que están jugando, como cuando por ejemplo los perros se inclinan arqueando su cuerpo y moviendo la cola para jugar. En primates, el uso de la «cara de juego» es bastante común, lo que indica que la cosa no va en serio.

Sin embargo, aunque la evolución haya conservado las conductas de juego en muchas especies debido a su utilidad para explorar y aprender sin riesgos, muchas especies juegan cuando son adultas. Las conductas de juego nos hacen más flexibles a nivel conductual y nos dan ratos placenteros que liberan tensiones y fortalecen nuestros lazos sociales.

Comprender esta clase de conductas, de vital importancia durante la infancia, nos hace entender lo importante que es preservar un ambiente diverso y un entorno social adecuado en cualquier especie animal, sea en cautividad o en estado salvaje. Sin los juegos que se desarrollan durante la infancia, cualquier animal tendrá problemas para desarrollar sus funciones ecológicas y unos patrones de conducta normales que promuevan su bienestar, por lo que es difícil entender la vida de muchos animales sin el juego.

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